Un huracán de verdad

Adriano Morán  |  27 abril 2021

Conocí a David en 2008 en el pequeño, breve y brillante periódico ADN.es. Por aquel entonces, David ya tenía bastantes guerras a las espaldas. Se nos metió a todos en el bolsillo en unos diez segundos. Era una de las muchas cualidades de David, abrirse sin condiciones y entregarte su abrazo, su casa y su consejo. Enseguida percibías que estabas delante de alguien excepcional. En el poco tiempo que duró aquel medio, apenas dos años, Beriain consiguió introducirse en las FARC revolucionando Colombia y parte del extranjero, nos mostró la verdadera actividad de España en la guerra de Irak y arrojó una mirada inédita sobre los talibanes en Afganistán. Cada vez que llegaba de un viaje nos levantábamos todos a aplaudirle lo que, siendo como era, no le hacía especial gracia.

Hasta entonces habíamos conocido al Beriain reportero y escritor, pero a partir de entonces se demostró como el verdadero titán periodístico y audiovisual que era, con una humanidad rotunda que traspasaba la pantalla. Una persona capaz de mirar a los ojos al demonio con sincera curiosidad y hacerle dudar de sus motivaciones más primarias. El fruto de esa mirada profunda y limpia es periodismo humano y puro, por virtud del cual el espectador es capaz de empatizar y comprender la realidad del asesino más despiadado de la tierra. Porque David no creía en los atajos ni en las cosas fáciles, ni en las verdades establecidas, los clichés, los apriorismos, los buenos, los malos, los blancos o los negros. Recuerdo que al final de una de sus muchas entrevistas a “malandros”, el entrevistado de turno, un sicario terrible, le preguntó a David tímidamente: “Señor, ¿cree usted que estoy a tiempo de cambiar?”. Porque David no juzgaba. No estaba allí para eso sino para tratar de entender.

Con esa intención montamos 93 Metros, con la idea de no coger atajos, de producir lo que no había manera de producir en el ecosistema existente. Y David lo consiguió, porque muchos le ayudamos pero fue él el que lo consiguió. Estableció una marca, un rasero por el cual se miden los programas de actualidad de medio mundo. Los primeros años fueron muy duros. Bien pensado, todos los fueron. Pronto nació Yasuní, que sería el germen de Amazonas Clandestino y más tarde del propio Clandestino. Un programa reconocido por la industria como uno de los cuatro mejores espacios de actualidad del mundo, emitido en 150 países. David, con su estilo contundente, con su habilidad innata para infundir confianza, fortaleza y bondad, fue capaz de llevar a las pantallas de medio mundo las situaciones más complejas e injustas del planeta con rotundos éxitos de audiencia.

No me cabe ninguna duda de que habrá premios que lleven su nombre y de que se le estudiará (más) en las facultades de periodismo, a las que acudía frecuentemente y donde disfrutaba como un niño. En los últimos años estaba especialmente orgulloso de otros programas de la productora como El Palmar de Troya o el reciente Palomares, que le permitían satisfacer su gusto formal y estético sin tener que salir de España. Muchos confiábamos en que de esta manera se apartaría de esos mundos, pero sospecho que era una confianza vana.

Conocí menos a Roberto Fraile, experimentadísimo reportero que ya había tenido algunas palabras con la muerte. Era el mismo tipo de persona. Sencillo, educado, extremadamente juicioso y tranquilo. Un tipo excelente, cuya humildad solo era comparable a su extraordinaria capacidad profesional. Vivimos una de las mejores experiencias profesionales que recuerdo en República Democrática del Congo, otra de las zonas calientes de África que él ya conocía. Era el mayor de nosotros, el que más experiencia tenía. Donde nosotros teníamos miedo, él dormía a pierna suelta. Donde nosotros nos cansábamos, él se echaba todo a la espalda. Todos queríamos trabajar con Roberto. En los últimos años se había convertido en la sombra inseparable y confidente de David.

Permítanme que lance un pequeño aviso o moraleja para idealistas. Todos saben que la profesión de David y Roberto es peligrosa y que por muchas precauciones que se tomen, que David las tomaba, lo peor puede pasar. Pero de lo que no se suele hablar es del sacrificio total que supone tomar el camino que tomó David. Un camino muy solitario, compartido por pocos y comprendido por menos. David lo dio todo literalmente por los demás, no solo su último aliento sino todos los de los 20 años anteriores. Con la idea profunda de que mostrar las cosas ayuda a cambiarlas, se convirtió en una especie de máquina total periodística, entregando sus energías no solo delante de la cámara sino detrás. Luchando día a día desde una pequeña productora para codearse con los grandes, destinando todos los recursos económicos y personales para que cada una de sus obras fuese la mejor. No escatimó en esfuerzos, entregó su salud y gran parte de su vida personal, sé bien lo que digo. Una entrega afortunadamente comprendida y compartida por su mujer Rosaura, una de las pocas personas que estaban a su altura.

Nunca desfalleció, no sabía rendirse. Nos entregó a todos su amistad con una generosidad y una apertura a veces desbordante. Nunca fanfarroneó, siempre dudó. Hasta en sus peores momentos era el mejor de nosotros. El honor, la virtud y la lealtad condensadas en un corpachón navarro. Pierdo un socio, pero sobre todo pierdo uno de mis mejores amigos. La persona con la que más he hablado en mi vida y sobre todo la que mejor ha sabido escucharme. Lo perdemos todos, pero nunca dejará de ser, como dice nuestro amigo Alfredo Triviño, un huracán de verdad. Ahí queda su trabajo, ahí queda eso. Un abrazo, amigo.