Los mejores años de mi vida
Frank Belyeu | 3 mayo 2021
David, siempre me recomendabas empezar los textos con contundencia, así que allá voy: os debo a ti y a Roberto buena parte de lo que soy.
No hablo en términos profesionales, eso lo doy por descontado; hablo de lo que de verdad importa, de las lecciones y vivencias que me han configurado como persona. Me habéis enseñado a entender el mundo, a encontrar mi lugar en él y a aproximarme a los que lo habitan, por muy difícil que fuera llegar hasta ellos. Aprendí que todos tienen una historia que contar y que debemos estar ahí para escucharla. Habéis sido un ejemplo constante de humildad, sacrificio y generosidad. Mis compañeros, mis mentores, mis amigos y mi familia. Hoy me quedo huérfano de todo ello y sé que nada de lo que escriba a continuación podrá acercarse a describir quiénes erais, ni lo que habéis significado para mí. Pero tengo que intentarlo, porque no se me ocurre otra manera de calmar el dolor y asimilar el vértigo que me da vivir el resto de mi vida sin vosotros.
Estos días me teletransporto recurrentemente a septiembre de 2015. Llevaba solo dos meses en 93 Metros y estábamos a punto de comenzar nuestra primera aventura los tres juntos, más el gran Sergio Caro. Volamos a Bangkok para rodar “El ejército perdido de la CIA”, la historia de los Hmong; esa que tú, David, atesorabas desde hace años, y cuya investigación me confiaste, haciéndome sentir más valioso de un plumazo que todos mis jefes anteriores juntos. Con solo 27 años y ninguna experiencia haciendo documentales, empezar así era demasiado bueno para ser real. Empezar con esa épica solo era posible en 93 Metros, bajo tu liderazgo y gracias a esa inspiración abrumadora que era capaz de mover montañas.
Recuerdo entrar en Barajas, fijarme en los cuatro que íbamos cargando macutos, y tener mucho miedo de que en algún momento te arrepintieras de llevarme con vosotros. O de que estuviera ahí por error. No podía ser verdad que yo formara parte de ese equipo, no cabía en mí de orgullo. Volvimos a Madrid cinco semanas más tarde con la mejor historia en la que he trabajado (y sospecho que trabajaré), y con la certeza de que había encontrado mi hogar. Recuerdo que fue entonces cuando, mezclando Patxi y Clandestino, me bautizaste para los próximos seis años como Patxino.
Mucha culpa de que 93 Metros haya sido mi hogar todos estos años la tienes tú, Rober. Tu modestia, sabiduría y cariño convertían cada rodaje en un viaje de amigos. A cada paso, estabas ahí para guiarme y protegerme. ¿Cómo voy a saber ahora si vamos a setas o a rolex? ¿Quién intentará hacerme rabiar llamándome Francisco? ¿Dónde queda esa casa rodeada por un foso de cocodrilos? ¿Quién me va a animar con ese “Patxi, pa’ ti es la vida”? Siempre guardaré con inmenso orgullo tu ilusión por venir a mi boda, porque los que te conocen bien saben que las odiabas con toda tu alma. Otra cosa que odiabas era el protagonismo, así que espero que no abras el periódico allá donde estés. Creo que todo esto duele tantísimo porque yo me había convencido de que eras invencible. Si David era como un padre para mí, tú sin duda eras un hermano.
Con vosotros he pasado los mejores años de mi vida. Tailandia, Laos, Nápoles, El Salvador, Sudáfrica, Mozambique, Texas…gracias de corazón por hacer todo ello posible. Sin Clandestino, sencillamente sería otra persona. Algún día, en algún lugar, me invitarás a ese rodaballo que me debes, Fraile. No te creas que me voy a olvidar tan fácilmente. Yo te prometo que te tendré el paquete de tabaco preparado, esta vez sí que sí. Y David, lo bueno de haber formado una familia en vez de una empresa es que ahora Rosaura queda en familia. La cuidaremos y querremos siempre. No puedo irme sin contarte lo que lograste en tu último suspiro, porque encapsula perfectamente la filosofía con la que montaste la productora: hiciste que el mundo entero dirigiese la mirada a un conflicto desconocido en una región olvidada y reuniste a todos tus seres queridos en esos 93 metros de tu amada Artajona. Siento haber tardado tanto en ir.
Patxino.