Nos vemos en Artajona
Marias Recarte | 1 mayo 2021
Creo que ese trabajo fue tu despertar profesional. De una forma irremediable, fuiste decantándote por la lengua y la historia sin dejar de formarte en todo los que caía en tus manos durante la adolescencia y el instituto. Las novelas de Le Carré, la guerra fría, el comunismo en Latinoamérica, la música de Silvio Rodríguez y tantas y tantas inquietudes que fueron moldeando el David Beriain que hoy conoce el mundo.
En la Universidad reforzaste todo lo que venías experimentando y te empapaste de un espíritu académico del que luego hablaré. Ya tenías prisa por salir al mundo fuera de los 93 Metros que habías vivido hasta entonces. Como si supieras que tu vida no iba a ser demasiado larga y, la que tenías, la ibas a exprimir hasta dejar un legado inconmensurable: Argentina, Irak, Afganistán, Colombia, Fukushima, el Sáhara… no había conflicto que se resistiera.
Te quemaba la sangre y convencías a quien fuera para que te mandara sobre el terreno. Tus crónicas comenzaban a ser ya diferentes. Nunca traías un material como los demás. Buscabas la historia detrás del conflicto. La reducías a uno o dos personajes y, desde ahí, construías todo lo que pasaba de forma global. Yo disfrutaba mucho leyéndolas y pensaba que el David con el que me había criado desde la guardería estaba creciendo y crecía mucho. Cuando nos veíamos en Artajona, sin embargo, seguías igual que siempre, humilde.
Los artículos tuyos que más me gustaron fueron “Diez días con las Farc”, de ADN. Yo estaba entonces en otras historias y recuerdo leer toda la serie y decir: ¡qué bueno es esto! Esta historia con narrativa audiovisual tiene que ser increíble, y lo hiciste. Ahí ya fusionaste el periodismo escrito con el audiovisual y fue tu despertar televisivo.
Empezaba a ser muy complicado que te mandaran a todos los sitios donde querías llegar, y convengamos que la industria sigue muy precaria en este aspecto. Cubrir lo que ocurre en el mundo con dignidad y seguridad, con respaldo económico y empresarial sigue siendo una asignatura pendiente. Por eso, montaste tu propia empresa y decidiste dedicarte sin límites a lo que más te gustaba: contar historias extraordinarias con emoción y sin sesgos ideológicos. Creaste tu propia marca, lo más difícil de este sector, y supiste hacerla brillar: Clandestino, Los Hmong, el ejército perdido de la CÍA en las selvas de Laos (lo recomiendo mucho), las maras del Salvador, la Vida en Llamas, todas tus inmersiones en los cárteles mexicanos o colombianos, el tráfico de armas de EEUU a Latinoamérica, el mercado negro en África o en el Amazonas…. el legado que dejas es abrumador.
Fue entonces cuando me llamaste y me propusiste trabajar juntos. Fue un momento muy bonito porque era el comienzo del aterrizaje de las plataformas y de la posibilidad de crear y construir un montón de historias de otro modo. El mercado audiovisual comenzaba a transformarse y quería vivirlo contigo. Nos metimos de lleno, sufrimos, nos peleamos alguna que otra vez, muy pocas, creo que dos. Era imposible contigo. Mira que yo me empeñaba, guerrera que soy, pero hijo, seguías igual que en la guardería: bueno, tranquilo, conciliador, prudente. EL CHICO 10. Como te llamábamos.
Al principio la oficina te asfixiaba, pero ya empezabas a cogerle gustillo. Y además eras muy bueno. Tu visión, tus enfoques…; no buscabas solo una historia, sino que buscabas el ángulo desde el que contarlo y desde el que venderlo. El Palmar de Troya, Estrecho, Palomares, Al-Andalus, el Legado…Y las que nos quedaban.
Teníamos muchos proyectos en marcha, muchos sueños. No sé cuántas horas podíamos pasar hablando por teléfono. Arreglando el mundo y la vida. Al final yo entendía de dónde venían tus obsesiones, y tú las mías. Nunca más tendré esa complicidad con nadie. Siempre decíamos que veníamos del mismo sitio y que acabaríamos en él. Eso nos unía inevitablemente mucho más allá de lo profesional. Y así será. Prometo ir a contarte cómo va todo por aquí. Que va a ir bien. Porque dejas un legado y una escuela digna de ser ramificada. Como tú querías.
Siempre soñabas con la enseñanza y regalabas tu forma de ver el mundo a todos los alumnos que empezaban. Y estoy segura de que se hará realidad eso de lo que tantas veces hablamos. Tenemos la suerte de ver crecer a esos sobrinos tuyos que tanto querías y con los que morías de risa. Uno es físicamente la extensión de ti y eso nos va a reconfortar mucho; el otro era de carácter tan diferente a ti que te cautivaba.
Jamás pensé que podría escribir estas líneas. Todavía no me lo creo. Y tardaremos mucho en hacerlo. No puedes imaginarte el vacío que dejas en tanta gente. Un vacío que se ha llenado de homenajes y reconocimientos a tu compromiso con el periodismo, tu profesionalidad, honestidad y humanidad con el mundo que nos rodea. Lo han expresado tan bonito que los que te conocíamos te reconocemos en cada una de esas palabras.
Por último, solo quiero decirte que te adoraba y te admiraba. Tu capacidad de comprensión, de reflexión, de perdón, de no juzgar a nadie. Estoy completamente segura de que no lo harías ni con los que te arrancaron la vida. Si hubieras tenido la oportunidad, los hubieras tratado de entender y finalmente los hubieras perdonado. Así eras.
Has muerto con las botas puestas y terriblemente pronto. Pero nos dejas mucho. Ese será nuestro consuelo de no tenerte cada día. Como siempre, nos vemos en Artajona.